Con apenas 23 años de edad, Carson McCullers escribió su primera novela,
El corazón es un cazador solitario,
unánimemente aclamada como obra maestra y testimonio de la riqueza expresiva de
su autora. Nacida en Columbus, Georgia, en Estados Unidos, en 1917, McCullers es
uno de esos extraños frutos que el Sur estadounidense ha producido a lo largo
de los años: Desde su infancia lectora empedernida de los grandes novelistas
rusos, con aspecto de niño desgarbado y triste, de salud frágil, depresiva, con
un gusto insaciable por el alcohol, fumadora compulsiva, genialidad
incomparable, vivió tan solo cincuenta años y dejó como legado artístico cuatro
novelas, algunos cuentos, un puñado de ensayos y una autobiografía inconclusa,
de suficiente valor para hacer de ella una de las voces más destacadas de la
literatura estadounidense.
El espacio psíquico-geográfico de Carson McCullers es el Sur profundo,
tierra de atavismos y complejos; el orgulloso Sur rural vencido pero indomable,
de conflictos irresueltos, envenenado por la segregación racial, la
superstición y el fanatismo religioso. Los polvorientos caminos del Sur llevan
a remotos pueblos, donde la canícula acentúa el tedio de una existencia
monótona; pueblos nostálgicos de un pasado elegante y grácil, donde aún laten
con terquedad los demonios del honor y de la sangre. Este es el telón de fondo sobre
el que se perfilan los personajes de la novela primogénita de McCullers. Son
seres ordinarios, en su mayoría pobres marginados, cada uno a su manera acosado
por la duda, y a su manera cada uno procurando un resguardo, una posible
respuesta: la pareja de sordos, el médico negro, el dueño del bar, o la niña en
su búsqueda personal de la belleza a través de la música. Existencias a veces
desesperadas, en las que una rebeldía sorda se alza espasmódica tratando de
arañar el velo de lo desconocido para que algo se descubra y aclare y oriente.
Existencias a veces sosegadas, conformadas con vivir y agradecer por que igual
–sea como sea– se vive y esa concesión es un misterio. A veces surge aquello
que llaman amistad, como un sentimiento, una relación, quizá apenas una
sensación, incondicional, no siempre recíproca, que exige entregas,
concesiones, sacrificios, a los cuales se accede con gusto, con el alivio de
que al menos temporalmente se pueda alzar sin temor el cerco de la privacidad,
para iluminar con la presencia del otro la propia penumbra insondable.
Parte del texto del programa del Curso Tradición y Literatura Curiously and beautifully unworldly. El corazón es un cazador solitario,
de Carson McCullers, del semestre diciembre 2014-abril 2015, de la
Escuela de Letras, de la Universidad Central de Venezuela. (Douglas Méndez)